viernes, 22 de julio de 2011

LA REVOLUCION SANDINISTA Arqueología de un proceso original

La historiadora Irma Antognazzi y la médica María Felisa Lemos reconstruyeron los primeros diez años tras el derrocamiento de Somoza. Registraron en un libro sus experiencias, la fase inicial del sandinismo y la irrupción de los “contra”, alentados por el poder desplazado y EE.UU. 
María Felisa Lemos llegó a Nicaragua desde París, donde estaba exiliada, poco después del derrocamiento de Anastasio Somoza, en julio de 1979, por parte del Frente Sandinista de Liberación Nacional. Su inmediato lugar de residencia fue una zona rural próxima a la frontera con Honduras donde desarrolló actividades como sanitarista. Ella permaneció en Nicaragua hasta 1991.
“En 1979 cuando llegué a Nicaragua, los datos demográficos oficiales eran 120 por 1.000 de mortalidad infantil, aunque en la zona norte la mortalidad infantil seguramente alcanzaba 200 por 1.000. La tasa de analfabetismo promedio del país era de 52% pero en la zona de la montaña alcanzaba el 80 y 90%. Para 700.000 personas había sólo 7 centros de salud en la región de Matagalpa/Jinotega y dos hospitales, el de Matagalpa y el de Jinotega, ubicados en las ciudades, cuando la mayoría de la población estaba en el campo. Estos centros de salud atendían de mañana a los indigentes y de tarde a la gente que podía pagar; en los hospitales había salas comunes para indigentes, cuartos de cuatro camas para los del seguro social que eran muy pocos, y piezas con una cama para los privados. En la montaña no existía ni salud, ni escuela, ni caminos, ni siquiera de tierra...”.
El relato fue transcripto luego de interminables horas de diálogo en Rosario, donde vive ahora Felisa Lemos. “Fue en la cocina de esa casa donde ‘cocinamos’ el libro” con la historiadora Irma Antognazzi. Se trataba de buscar recursos para “enriquecer la lectura, no hacer un libro cerrado sino por el contrario, abierto para que refleje el proceso del pueblo nicaragüense”, dijo
El libro, titulado “Nicaragua, el ojo del huracán revolucionario”, fue presentado en la Biblioteca Central de la Universidad del Comahue en octubre pasado. Además de las autoras, hablaron del trabajo Carlos Falaschi y Fernando Casullo, quienes señalaron el vacío existente, en materia bibliográfica, sobre la revolución sandinista.
El texto fue editado por Nuestra América y contiene un disco compacto con una selección de las fotografías tomadas por Lemos durante ese período de revolución y guerra y canciones de los hermanos Mejía Godoy.
Falaschi, que también residió en Nicaragua en esa época y colaboró en la institucionalización de la revolución con aportes a la reforma del sistema judicial luego de la huida de Somoza del país, recordó las negociaciones encaradas con las empresas expropiadas; con las etnias aborígenes de la zona atlántica y luego la guerra no declarada de los Estados Unidos al naciente estado sandinista.
Antognazzi recordó que, en Nicaragua, “la historia está ahí puesta”, en los edificios, en las calles, en los campos.
La catedral permanece desmoronada desde el terremoto de 1972, hay barrios enteros de Managua y otras ciudades con casas bombardeadas por los aviones de los “contras”. Y, lo más curioso, es que cuando el sandinismo fue finalmente desplazado electoralmente por Violeta Chamorro “se cubrieron todos los murales de solidaridad que, con el título ‘El sueño de Simón Bolívar’, habían pintado artistas plásticos de todo el mundo en homenaje a la revolución”.
Felisa Lemos comenzó a trabajar en el plan de salud: “Se crearon centros de salud, precarios, y escuelas también precarias. Cuando digo ‘precarios’ quiero decir en relación con los recursos disponibles. Se hacía lo mejor que se podía, con el material que había en la zona porque imaginate, era imposible llevar un camión de materiales de construcción por esos caminos de montaña, que mientras subían una cuesta, por ejemplo, debían ir muy despacio por la carga y la subida, lo que aumentaba el peligro de una emboscada...
“Además allá no había hierros para la construcción, no había aserraderos, las maderas se cortaban con hachas o con machetes... Se preparaban con el material que se les entregaba adecuado a cada actividad y estudiaban las cartillas que les proveíamos. Se utilizaba sobre todo la fuerza de la comunidad porque el área de salud no tenía tantos recursos humanos, además porque en la nueva sociedad la concepción era que la comunidad debía participar en la gestión de salud...
“Brigadista popular de salud podía ser cualquiera, desde los 12 a los 100 años, pero sólo era aceptado si había sido elegido por su comunidad...
“Al principio era todo un orgullo ser Brigadista de Salud y quienes lo eran se mostraban como tales, pero a partir de 1981, cuando empezó la contra a asesinarlos, debieron buscar estrategias para efectuar su trabajo y al mismo tiempo pasar desapercibidos para no ser masacrados. Ninguno desertó ni dejó de cumplir el compromiso contraído, sólo que se cuidaban más. A veces debían andar armados. La muerte de un brigadista era un dolor para todos nosotros, además para su familia y para toda la comunidad”.
Felisa Lemos iba al trabajo con su cámara fotográfica al hombro. Quedaron en un baúl y, al comenzar el trabajo sobre el libro Lemos y Antognazzi se asomaron al material y así reconstruyeron con más recursos esos años “en la zona de guerra pegada a Honduras; una zona de guerra diaria que sin embargo no impedía el baile y el canto”.
Y continúa el relato: “Cuando nosotros llegamos a Nicaragua las leyes fundamentales ya se habían dictado. Se había decretado la nacionalización de la banca, la expropiación de las tierras, las famosas tierras de Somoza y de esos innumerables parientes, amigos y allegados que constituían más o menos el 60% de las tierras del país. El Instituto de Reforma Agraria trata de dividir las tierras según su producción.
“Se empieza a llevar a cabo la Reforma Agraria que adjudica un lote para cada familia trabajadora con títulos de posesión en todo el país y en algunos lugares clave.
“Donde dividir la tierra y toda la producción hubiera sido una locura, se crea el Area de Propiedad del Pueblo, como por ejemplo los grandes complejos cafetaleros y azucareros... En 1990, antes de regresar a la Argentina, ya supe de reclamos por la devolución de tierras de antiguos propietarios somocistas a quienes el gobierno revolucionario se las había confiscado. Pero se crearon otros conflictos entre las medidas del nuevo gobierno y los agricultores que habían accedido a la propiedad y la habían trabajado durante 12 años. La defendieron con el fusil al hombro”.
El relato, concluyó, “no es maniqueo, aunque tampoco objetivo: se trata de un libro comprometido con doce años de revolución, que es como un siglo en la historia humana”.
Argentinos en la revolución
“Apenas pasado el triunfo (sobre Somoza) empezaron a llegar a Nicaragua argentinos exiliados en distintas partes del mundo, particularmente en Europa. Todos iban a colaborar y se quedaron muchos años participando de la construcción de la Nueva Nicaragua. De todos los argentinos, muchos de ellos muy queridos por mí y que aún viven en Nicaragua, quiero tomar la figura de Miguel Ramondetti. Con Miguel nos conocimos allá en el año 62 en la capilla ‘Encarnación del Señor’ en la época del diálogo entre católicos y marxistas.
“Yo recuerdo que iba a visitar a Miguel y a su inseparable compañera María Ester y, con toda la soberbia de una joven del Partido Comunista, que no sabía que habían pasado los cambios de Medellín, hacía preguntas que debían tener mucho de insolentes, y Miguel las contestaba con la seguridad del que tiene muy claras las cosas. Miguel era un sacerdote recibido en la Universidad Gregoriana de Roma. Fue toda su vida un cura obrero. Fue un amigo en quien pude confiar y preguntar cada vez que me sentía perdida o confundida políticamente. Cuando era médica de los esteros del Iberá y Miguel y María Ester vivían en Goya, a 300 kilómetros, los visitaba una vez al mes por lo menos... Nos volvimos a encontrar en París, en el exilio, luego en Nicaragua...
“Hubo muchos argentinos que se quedaron varios años y algunos se radicaron allá: maestros, médicos, periodistas, abogados, psicólogos, veterinarios, curas arquitectos, compañeros que estuvieron en las Fuerzas Armadas Sandinistas, dibujantes, agrónomos...”.
(Miguel Ramondetti fue uno de los fundadores del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo a finales de la década de 1960. Luego constituyó el Movimiento de Cristianos por el Socialismo y adhirió al Frente Antiimperialista por el Socialismo, FAS. Murió en Villa Bosch, Buenos Aires, en 2004).
(*) Extraído del libro “Nicaragua, el ojo del huracán revolucionario”, págs. 102 y 103).

Otros argentinos, entrenando a la “contra”

“Antes del triunfo de julio del 79, la dictadura militar (argentina) ya había enviado ayuda a Somoza y luego siguió enviando ‘asesores’ para la ‘contra’... También encontré el dato de que la República Argentina envió dos aviones de la Fuerza Aérea para evacuar a un grupo de argentinos y de otras nacionalidades que vivían en aquel país y que habían recibido asilo en la embajada argentina.
“‘En total 90 personas partieron entre el 5 de junio y el 2 de julio’ (de 1979)... ‘Llegó a haber 160 personas asiladas en la embajada argentina, pero se estabilizó en 60, todos miembros de la ex Guardia Nacional de Nicaragua y/o familiares’. Mientras varios países ya habían roto relaciones con el régimen de Somoza, la Argentina no lo hizo y recién en junio de 1979 adhirió a la resolución de la OEA de condena al régimen somocista.
“–Te puedo decir que en una oportunidad fotografié un diploma que le habían dado a un contra en la Escuela Superior de Guerra de Argentina...
“–¿Estás segura de que era un diploma de Argentina?
“–Recuerdo que encontramos una foto de un contra que muy orgulloso muestra su diploma de ‘comando’. Sería un documento muy elocuente para corroborar la injerencia de los militares argentinos y dónde daban la formación militar. Hay testimonios de ex contras y de militares argentinos que han referido que también trajeron acá a Argentina a militares de la contra para hacerles cursos en contrainsurgencia.
“–Sí, casi me muero cuando vi eso,  de un ataque. Hay varias fotos que todavía no encontramos. Hay una foto de una mina Claymore, que lograron sacar los ‘compas’ sin que explotara y la mostraban. Era una mina que habían puesto los contras para hacer volar un camión con soldados que por suerte se desactivó antes. El Centro de Salud estaba al lado del cuartel y entonces a la noche qué podíamos hacer, charlar, y ellos me decían vení, mirá. Entonces, eso del diploma de la Escuela Superior de Guerra de Argentina lo vi en una de esas oportunidades... Yo los vi en el 86, 87, pero no me acuerdo la fecha en que había sido otorgado”.
(Extraído del libro “Nicaragua, el ojo del huracán revolucionario”, págs. 118 y 119).

Educación Popular en las Bibliotecas

La doctora María Felisa Lemos vivió muchos años en Nicaragua durante el proceso revolucionario, y adquirió una basta experiencia en enfermedades tropicales como el dengue. Desde que se inició la actual epidemia, la doctora Lemos se ha ofrecido a dar charlas sobre el tema. A continuación, compartimos su relato sobre actividades realizadas con dos Bibliotecas Populares.

Desde el campo popular dos organismos, en este caso dos bibliotecas, la Gastón Gori y la Pocho Lepratti están contribuyendo a la información de los vecinos en este momento en que vivimos un brote epidémico de dengue. Cada una los hace a su manera, en la Gastón Gori se trabajo con 50 niños, que después con sus dibujos van a armar un mural o los van a pegar en los comercios del barrio como una forma de contribuir a la campaña de divulgación sobre el mosquito Aedes Aegypti y sobre la enfermedad del Dengue.

Por otro lado en la biblioteca Pocho Lepratti se realizó una reunión con los adultos, que por la proximidad de los casos ocurridos en el barrio estaban preocupados y ansiosos por la falta de una información precisa.

Ambas bibliotecas que representan a toda una comunidad toman el problema y buscan como darle una solución a partir de la convocatoria a distintos grupos erarios. En los dos casos hubo una escucha, un intercambio de saberes y se logró sacar de ambos grupos lo más humano que tenemos. En el caso de los adultos fue la solidaridad para enfrentar un problema común y ver como organizarnos “desde el pie”. Por el lado de los niños, luego de la charla sacaron sus cartucheras, una hoja que le dieron en la biblioteca y se pusieron a dibujar plasmando en los carteles toda la magia, la fantasía, el colorido y su sentido de la realidad, como el caso de un niño que pone chimeneas en lugar de árboles.

Lo que nos deja esta jornada es el convencimiento de que si no nos unimos no hay forma de erradicar al mosquito Aedes Aegypti y con el control de ese vector evitar que en la próxima primavera tengamos que lamentar casos de dengue de formas mucho mas graves.

Maria Felisa Lemos






Un mundo donde quepan muchos mundos






Charla en la Biblioteca Lepratti





María Felisa Lemos - Experiencias de Educación Popular en Nicaragua

Las prioridades del gobierno de la revolución sandinista fueron la salud, la educación, la reforma agraria y la creación de un banco para que los campesinos pudieran  contar con créditos para la explotación agrícola. Un objetivo fundamental del gobierno popular fue la creación de centros de salud en todo el territorio nicaragüense y la transformación  del sistema de salud en un sistema único (S.N.U.S.).
El problema era cómo cubrir con personal suficiente esos centros ubicados en el interior, sobre todo en el campo, por la carencia de médicos, enfermeras y de personal sanitario en general. En esa época, en el país egresaban de la Universidad de León cincuenta médicos por año. Fue necesario crear nuevas universidad, facultades de medicina y escuelas de enfermería en cada cabecera departamental, pero era fundamental cambiar la mentalidad de los médicos y del resto del personal de salud que había optado por quedarse y no emigrar después del triunfo de la revolución.
En 1980, en la Oficina Regional de la VI Región muchos médicos finqueros ocupaban los cargos regionales. Ellos me contaron que durante la insurrección contra el gobierno de Somoza, en Matagalpa, los médicos con sus modernas armas de caza se subían a los tejados o terrazas de sus casas y desde allí combatían. Es que la burguesía quería que cayera Somoza, pues pensaban que una vez que se fuera el dictador, se constituiría un gobierno afín a sus intereses de clase que no afectaría sus privilegios, cambiando algo para que nada cambiara.
El triunfo del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) fue bien recibido, pero a mi llegada a Nicaragua, cuando me integré al Sistema de Salud, ya la situación había variado. Conocí a un médico, de apellido Padilla si mal no recuerdo, alto, de cutis blanco que había estudiado medicina en Argentina y a quien los matagalpinos le decían el Che por su apariencia física y su modo de hablar. Este hombre me hacía el siguiente comentario: “Pero vos fijate… le dicen a la gente que el poder será de los obreros y campesinos ¡y se lo van a creer! ¡Después van a andar reclamando!”. Obviamente, fue de los médicos que emigraron a Estados Unidos.
Las principales patologías existentes en la región eran la diarrea, el paludismo, la desnutrición, la tuberculosis y las enfermedades de la infancia tales como el coqueluche, el tétanos, la poliomielitis, el sarampión.
Una mención aparte merece la leishmaniasis(1). Durante el gobierno de Somoza, por decreto se había determinado que esta enfermedad no existía en Nicaragua. La padecían los campesinos y los que vivían en la selva. En esa época, si alguna persona iba en busca de remedios a los centros de salud de la ciudad y tenía leishmaniasis significaba que había andado por la selva y la montaña; los que tenían los medicamentos eran los integrantes de la Guardia Nacional, por lo tanto el enfermo era un guerrillero y caía preso. Para evitar esto, la gente se curaba como podía; a veces intentaba detener la infección y cauterizar las lesiones con un hierro candente; otras, se ponían pólvora sobre la herida y prendían fuego, o se aguantaban la enfermedad que progresaba y les dejaba daños irreparables.
Después del triunfo del FSLN aparecieron miles de casos que fueron tratados en los Centros de Salud de la Revolución.
Todas estas patologías eran fácilmente reducibles, para eso en 1980 se comenzó con las grandes campañas de vacunación;  primero únicamente con el personal de salud y después con la participación de los brigadistas de la salud. Un ejemplo es la casa que habitábamos en Matagalpa, que fue un centro de vacunación barrial desde 1980 hasta 1991. Los vecinos organizaban Jornadas de Vacunación junto con el Comité de Defensa Sandinista sin que fuera necesaria mi presencia en estas actividades, en el período en que estuve en zona de guerra.

Salud y Educación Popular


El triunfo de la Revolución Sandinista el 19/7/79 determinó la incorporación del pueblo tanto en la acción como en la gestión de salud.
Cuando llegamos a Nicaragua, sentí que estaba en terreno conocido. En mi Goya natal me había acostumbrado a ver personas que tenían un saber aceptado por una parte de la sociedad y que no provenía de estudios científicos o universitarios. Conocí al huesero y a la curadora de empachos que ejercían su labor de manera gratuita porque lo consideraban un don. En mi tarea como médica, en los Esteros del Iberá aprendí a trabajar con personas que tenían esas características, pero que eran perseguidas porque se consideraba que su trabajo era ilegal. Grande fue mi sorpresa cuando me encontré que en Nicaragua estas personas no eran perseguidas sino estimuladas a mejorar su tarea, por lo que no me resultó extraño o diferente compartir la atención  de la salud con parteras y brigadistas.

Las parteras
La primera vez que tomé contacto con una partera en Nicaragua fue en 1980, en el campamento de los obreros del café de la finca La Fundadora que había sido propiedad de Somoza y en ese momento era área recuperada como propiedad del pueblo.
Una noche me llamaron desde ese lugar para atender a una joven parturienta primeriza cuyo parto venía con complicaciones. Llegué al camarote, que era un cubo de madera donde se albergaban los trabajadores que cosechaban el café, y a la luz oscilante de un candil estaba la partera del lugar atendiendo a la mujer. Cuando  me vio, dijo: “Ahora que usted llegó, yo me voy a ir”. “No”, le contesté, “¿por qué? entre las dos lo vamos a hacer mejor”. Y así fue, observé los masajes que ejecutaba, los brebajes que le hacía beber mientras yo hacía las maniobras médicas necesarias para el alumbramiento. Nació el niño, se acomodó a la madre y al recién nacido, y nos pusimos a conversar un rato la partera y yo.
Durante ese año y en los dos subsiguientes participé en los cursos de adiestramiento para las parteras empíricas, al que concurrían mujeres experimentadas en el tema. Enseñábamos lo relacionado con la asepsia y la antisepsia  y la vacunación para evitar el tétanos neonatal. Los cursos eran prácticos y transcurrían en un clima ameno y cordial. Con muñecos o envoltorios de trapo que simulaban ser un bebé intercambiábamos conocimientos sobre plantas, masajes e infusiones para relajar a la embarazada. Yo me sentía aceptada por estas compañeras que brindaban sus servicios en forma gratuita.
El Ministerio de Salud creó una historia clínica y un sistema de referencia y contrarreferencia para las parteras. Estaba basado en dibujos, en planchas con dibujos de mujeres embarazadas con alguna patología: pies hinchados, pérdidas vaginales. Cuando una mujer embarazada, que estaba bajo el control de una partera, presentaba alguna dificultad que exigía la presencia de un médico o el traslado a un centro de salud, la paciente era acompañada por la partera, quien además traía un gráfico de lo que estaba pasando. Ese dibujo se adjuntaba a la historia clínica. 
A pesar de la situación militar, las minas y los combates,  nos reuníamos una vez al mes con todas las parteras del área Cuá Bocay. Eran reuniones grandes, de entre 20 y 50 mujeres, donde se intercambiaban experiencias, problemas ocurridos en la práctica. Se daban noticias de lo que pasó de una comarca  a la otra, por cuanto estas mujeres venían de diferentes territorios.
Siempre se comenzaba la reunión con una dinámica, que generalmente la preparábamos las parteras del pueblo junto con los equipos de salud. Por la tarde había dramatizaciones, o alguna puesta en práctica de lo vivenciado. Era una reunión generalmente de dos días y  terminaba al atardecer, cantando con toda la fuerza el himno de la revolución del FSLN. También nos entregábamos cartitas o encargos para vecinos de otra comarca.
Había veces que aprovechábamos las fiestas, un 19 de Julio, o un 8 de Noviembre, y si era fin de  semana la reunión que era una oportunidad en que la gente de la zona bajaba al pueblo para festejar, entonces se aprovechaba el encuentro y una de las noches se organizaba un gran baile.
El Ministerio de Salud pagaba los gastos de viaje, la comida, y en los casos en que era necesario que los que venían de afuera se quedaran a dormir,  nos arreglábamos de alguna manera. No era fácil hacer estas reuniones porque el Cuá era un pueblo chico, sin ningún tipo de confort, sin agua potable por ejemplo, con los caminos minados, con la guerra permanentemente alrededor, y donde conseguir un colchón era complicado; no obstante alguna solución encontrábamos.

Los brigadistas
Los brigadistas de salud eran, como las parteras, parte del pueblo que se incorporaba a las tareas del trabajo comunitario.
No necesitaban, como aquéllas, haber venido desempeñando tareas relacionadas específicamente con salud, aunque deberíamos preguntarnos qué es lo que no se relaciona con la salud. Las brigadistas y los brigadistas eran miembros de cooperativas, ya que en las cooperativas había comisiones de organización del trabajo, de la salud, de la educación. Cuando se anunciaba que se iba a hacer un curso de capacitación para brigadistas, para participar en las Jornadas Nacionales de Vacunación o Antimaláricas, por ejemplo, se hacía llegar la invitación a las cooperativas del área y eran los miembros de éstas los que elegían quién se iba a capacitar como brigadista de salud. Esta  capacitación duraba un mes, en el que debían permanecer  en el poblado del Cuá, aunque los  fines de semana podían ir a sus casas si la situación lo permitía. Y era su propia cooperativa la que mantenía su familia y se hacía cargo de las tareas, en la producción y en la defensa. Ese mes era intensivo pero no finalizaba allí su formación. Teníamos, como con las parteras, una reunión mensual, y 15 días de capacitación intensiva cada 4 meses.
 La formación de brigadistas era un poco más compleja, exigía un poco más de esfuerzo de los capacitadores. Podía ser hombre o mujer y podía tener de 12 hasta 100 años, lo que importaba era el compromiso que asumía con su comunidad y con la revolución.
Muchos de los nuevos brigadistas eran recién alfabetizados entonces las cartillas que se utilizaban para la capacitación estaban escritas con letras grandes, claras y con muchos dibujos. Se partía desde las vivencias, desde las experiencias que traían, desde los sueños que tenían. Hablábamos mucho de la reforma agraria, porque todos eran de tierras colectivizadas. La enseñanza siempre estaba relacionada con cuestiones prácticas, con la vida cotidiana. Se utilizaban mucho los juegos para aprender, el poner el cuerpo, dramatizaciones, canto, mucho canto y mucho baile.
Mi relación con las parteras y los brigadistas fue de igual a igual, manejábamos los mismos códigos y queríamos las mismas cosas. Teníamos diferentes conocimientos pero el intercambio nos enriquecía.

Las campañas de vacunación y las jornadas de salud

En los Centros de Salud se formaron los brigadistas populares para realizar las Primeras Jornadas Nacionales de Salud en los años 1981/82, en las que se  aplicaron tres vacunas; la triple, la antipoliomielítica y la antisarampionosa.
En Matagalpa se capacitaban como brigradistas en salud en el Laboratorio de Epidemiología “Che Guevara” y otros lugares tales como escuelas, centros de salud, asociaciones, por ejemplo la Asociación de Mujeres Nicaragüenses Luisa Amanda Espinosa (AMNLAE), etc.
La capacitación se hacía cada año antes de una jornada nacional porque siempre se sumaba más gente y había que actualizar los contenidos y las estrategias en relación con los cambios de situación que provocaba la guerra.
Las campañas eran muy creativas, divertidas, por ejemplo cuando hicimos la campaña contra  el sarampión para concientizar a la gente sobre la necesidad de vacunarse. En esas ocasiones,  Benjamín Linder, un internacionalista que además de ingeniero era payaso profesional, representaba el monstruo del sarampión.  Lo cubríamos con una sábana a modo de capa y le pintábamos con mertiolate  manchitas rojas  a él y a la sábana. Así recorría el pueblo con su monociclo, simulaba ser “el Monstruo del Sarampión” lo cual resultaba una atracción para niños y grandes.
(Benjamín Linder fue asesinado en Bocay, cuando construía una represa, para dar luz al pueblo del mismo nombre)
Los brigadistas de salud se preparaban con el material que se les entregaba diseñado para cada actividad y estudiaban las cartillas que les proveíamos. Se utilizaba sobre todo la fuerza de la comunidad porque el área de salud no tenía muchos recursos humanos y además porque en la nueva sociedad, el concepto era que la comunidad debía participar en la gestión de salud.
Era un trabajo no pago que se hacía voluntariamente y para realizarlo había que capacitarse. Esas capacitaciones se llevaban a cabo en todo el país, en escuelas, en centros de salud, en bodegas de café, en la escuela de cuadros del FSLN. Donde hubiera un espacio grande y sillas se constituía el centro de capacitación. El gobierno revolucionario proveía el material de estudio: unas cartillas hermosas, con dibujos excelentes impresas en papel de diario, adecuadas a la realidad, con palabras y tipo de letra para que pudieran ser leídos y comprendidos por personas que en algunos casos acababan de alfabetizarse.
En la montaña, la capacitación de los brigadistas tenía un tiempo de formación de un mes. Estando ya en su tarea, se realizaba un encuentro mensual en el que se compartían las dudas y dificultades que habían tenido y las soluciones que habían encontrado. Fue un cambio de estrategia que se planificó para la zona de guerra.
Brigadista popular de salud podía ser cualquiera, desde los 12 a los 100 años, pero sólo era aceptado si había sido elegido por su comunidad, ya fuera ésta un barrio de una ciudad, una comarca o una cooperativa en el campo; quienes lo elegían tenían en cuenta su compromiso con los demás, el aprecio del que gozaba entre su gente. Cada comunidad o barrio tenía generalmente varios brigadistas que realizaban su tarea en el colectivo que lo había elegido y al cual pertenecía.

Estrategias de salud para época de guerra
La guerra contrarrevolucionaria obligó a crear estrategias para poder llevar adelante los programas de salud. En el caso de la tuberculosis, por ejemplo, la interrupción de un tratamiento por falta de medicamentos provoca el aumento de la resistencia del bacilo y el avance de la enfermedad. Para evitar esto, capacitamos líderes populares que no necesariamente eran sandinistas pero que tenían algún ascendiente sobre la población a la que pertenecían.
 Sus tareas eran tomar a su cargo la contención, el tratamiento de los compañeros enfermos de Tuberculosis. Ellos conocían su comarca y su pueblo, desde el centro de salud le decíamos, “en tu zona, allí hay tres compañeros que tienen tuberculosis, tomá a tu cargo el tratamiento de esos compañeros”. El tratamiento se hacía supervisado: “visítalos y fijate que tomen los medicamentos, acompáñalos y volvé a explicarle todo lo que sabés sobre la enfermedad las veces que sea necesario, dale ánimos…”. La guerra se interponía, el paciente no podía concurrir al Centro de Salud, pero el vecino que vivía en el lugar sí podía hacerlo. Se le proveía el envase plástico para colocar el esputo y llevarlo al Centro de Salud para que fuera analizado. En caso contrario, había que ir a buscarlo. Se tenía mucho cuidado y responsabilidad en esto porque había que vencer la enfermedad aún en medio de la guerra.
De ese modo trabajamos en el tratamiento de los enfermos de enfermedades crónicas. Tratamiento supervisado, con afecto, con continuidad en la medicación en medio de la guerra y logrando darle de alta a muchos pacientes…
Era un logro más de la salud en la revolución y éxito exclusivo de la participación del pueblo en las tareas sanitarias.

(1) Es una zoonosis (enfermedad transmitida por insectos y animales (vectores) al ser humano) de origen parasitario. Existen distintas formas de la enfermedad, siendo la leishmaniasis cutánea la variante más frecuente. Sus síntomas son úlceras en la piel de la cara, los brazos y las piernas, que pueden dejar cicatrices permanentes.

Coherencia

Historia de vida de la Dra. María Felisa Lemos
             Abarcar la vida de María Felisa Lemos implica meterse de lleno en la historia latinoamericana durante la segunda mitad del siglo XX. Cada rincón de su casa exhibe recuerdos que poseen un gran peso cultural y que dejan entreveer una pasión por el suelo que le es propio. Adentrarse en sus experiencias significa también destapar una de las revoluciones mas importantes y atrapantes que vivió América y que fue la Revolución Sandinista en Nicaragua.
             Nacida en Goya, Corrientes, en 1938, Felisa desvela sus orígenes como la fuente de amor por su tierra. “Mi familia se instalo en Corrientes en el 1700, cuando salían de Asunción a fundar ciudades. Eso me hace sentir profundamente enraizada a estas tierras, a este continente”.
             En 1956, luego de recibirse como Maestra Normal, decide trasladarse a Buenos Aires para estudiar Medicina en la UBA, titulo consiguió en 1967. Desde entonces gesto una costumbre que le acompaña siempre: la de trabajar, militar y estudiar simultáneamente.
             De 1967 a 1970 se desempeño como Medica rural de los Esteros del Iberá en su Corrientes natal. “Fue una experiencia muy rica, sobre todo por la gente. Al principio no podían entender porque estaba acostumbrados a los médicos varones. Que apareciera una médica mujer les pareció de lo más extraño. A pesar de ello fui muy bien recibida”.

             Becada por la provincia obtuvo la Maestría en Salud Publica en la UBA en 1970. A partir de allí volvería a su región para establecerse como Directora de Planificación hasta 1973.

Militancia y exilio

             “Toda mi época en la universidad, fue una época de militancia y de lucha. Era un momento de mucho fervor, todo el estudiantado estaba movilizado por la invasión a Santo Domingo, el Mayo Francés, y muchos otros episodios.
             Para 1976, con la llegada de la dictadura, Felisa debe pasar a la clandestinidad.”Goya era un pueblo chico, en 2 minutos te localizaban. Así que debíamos ir a las grandes ciudades. Yo me fui a Buenos Aires por toda mi experiencia previa”.
             La desaparición de dos compañeras que vivían con ella en la ciudad fue el detonante que la obligo a abandonar el país en 1978.
Para trasladarse a Francia. Una vez allí consigue revalida su titulo de medica luego de rendir las equivalencias y pasa a trabajar en el INSEM (Instituto Nacional de la Salud e Investigación Médica).

Nicaragua, tan violentamente dulce

             En el exilio Felisa no deja ni un segundo s militancia y contempla la posibilidad de ir como media a Mozambique en el contexto de la descolonización de varios países africanos. Sin embargo, en ese mismo tiempo, un movimiento comienza a darse en Nicaragua en la lucha contra las dictaduras militares que azotaban América Latina. Y es aquí cuando se da n de los giros mas importante en la vida de la Dra. Lemos: “En África yo siempre iba a ser blanca, en cambio en Latinoamérica vuelvo a mis raíces con mi gente”.
             Felisa vive 12 años en Nicaragua, de 1979 a 1991, los cuales no duda de califica como los más hermosos de su vida (estos incluyeron encuentros con Julio Cortázar y Fidel Castro). Somoza ya había sido derrocado y la revolución sandinista (llamada así en memoria de Augusto Cesar Calderón Sandino) estaba llevando a cabo su plan para reorganizar la nación que debía empezar de cero. “Uno llegaba al aeropuerto y lo recibían con un `gracias hermano por venir a colaborar´, fue fantástico” recuerda.
             La salud, junto a la educación y la reforma agraria, fue una de las prioridades del nuevo gobierno. “Somoza no había hecho absolutamente nada con respecto a la salud, a gente moría sin atención medica. Yo empecé vacunando y trabajando con todo lo relacionado a la prevención. Con eso una ya podía bajar la tasa de mortalidad infantil y materna”.
             Trabajar en esa área en una región como Nicaragua también le implico un esfuerzo doble: “Cuando uno llega a esos lugares, no puede decir `yo soy epidemiólogo, o inmunólogo´, uno para la gente es médico y tiene que resolver sus necesidades”. Más tarde e ministerio de salud la llevaría a la Central de Matagalpa como jefa de epidermiología.
             Para 1981 los Estados Unidos, por medio de la CIA, financiarían grupos antisandinistas denominados “los contra”, poniendo al país en una guerra civil que se cobraría varias víctimas. “Moverse en esa zona era muy peligroso; me emboscaron tres veces y una de esas ocasiones mataron al compañero medico que iba conmigo”.
             A pesar del duro conflicto que se vivía, Felisa estaba enamorada de Nicaragua, sorprendida con todo lo que la hacía única, y decidida a no dejar nunca de lado su trabajo y su lucha por los ideales de la revolución. “Las leyes por ejemplo, se discutían de abajo para arriba,  y no al revés. Discutirlas para mí fue una experiencia inigualable.

Des-exilio

             Tras 11 años de guerra Nicaragua entra a elecciones. “Se voto como quien iba a hacerlo con el revólver en la sien. Les habían prometido que si votaban en contra de los sandinistas la guerra iba a acabar” recuerda. La guerra duraría aun 6 años más.
             Una vez que la revolución deja de estar al poder María Felisa se ve determinada a decidir cuál será su nuevo destino. Para ese entonces ella ya tenía dos hijos de nacionalidad nicaragüenses y seria este el factor que marcaria su retorno a la Argentina. “Lo mejor era volver, quería que mis hijos se criaran en Latinoamérica. Ya que no podían estar en su país, que estuviesen en su continente”.
             “El des-exilio fue muy duro, tanto como haberse tenido que ir obligadamente. Pero por suerte caí en una ciudad como lo es Rosario, y la verdad es que me trato muy bien”. Desde entonces se desempeña en la Secretaria de Salud Pública de la ciudad; paralelamente forma parte del Equipo de Formación de Educadores Populares “Pañuelos e Rebeldía” y participa de varias asociaciones por la lucha de los derechos humanos.
             A pesar de su larga trayectoria María Felisa Lemos se niega a quedarse e e pasado. “Sigo militando y trabajando hasta en día de hoy” asegura.
             Ya finalizada la entrevista, Felisa sugiere el siguiente título: “Coherencia”. El motivo es que precisamente fue a coherencia el ideal por e que mas peleó, el “ser uno mismo” por sobre todas las cosas. En su caso eso implico no ponerle nunca fin a su lucha por un mundo más justo.





La Revoluciòn es un sueño eterno .. Por Adrián Pérez

La correntina Felisa Lemos participó de la Revolución Sandinista y aportó sus conocimientos y prácticas como epidemióloga para mejorar la salud de la población.


"Ernesto y los amigos de visita comentan juntos un capítulo del evangelio que ese día era el arresto de Jesús en el huerto, un tema que la gente de Solentiname trataba como si hablaran de ellos mismos, de la amenaza de que les cayeran en la noche, o en pleno día, esa vida en permanente incertidumbre de casi toda América Latina.” En Nicaragua tan violentamente dulce, Julio Cortazar describió el perfume de un pueblo que peleó para librarse de la dictadura de Anastasio Somoza. María Felisa Lemos fue uno de los brigadistas internacionales que abandonó todo para abrazarse a esa causa. “Fue un sueño que hicimos realidad, todos los que fuimos participamos de un modo u otro. Nunca me sentí extranjera ni distinta”, recuerda.


Una tórrida brisa de febrero marca el ritmo de la tarde en Buenos Aires. Felisa desanda sin prisa las calles del predio de la ex Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), durante el rodaje de Nicaragua: el sueño de una generación, documental que reúne los testimonios de un puñado de argentinos que participaron en la Revolución Sandinista. La médica correntina se detiene, como un reflejo, frente a una gigantografía con rostros de desaparecidos en la carpa del pañuelo blanco. Allí busca a la “Negrita”, su compañera desaparecida. El acoso de la dictadura militar sólo le dio tiempo para armar un bolso con algo de ropa y discos de chamamé, Los Olimareños y Mercedes Sosa. Dejó la casa de Rivadavia 6164 a las apuradas. Junto a Enrique, su compañero de vida, la esperaba el amargo sabor del exilio.


Se casaron en Francia donde trabajó en el Instituto Nacional de la Salud e Investigación Médica. "Probablemente, porque soy medio guaraní, sentía la latinoamericanidad a flor de piel", confiesa. Ante la tumba del poeta peruano César Vallejo juró que no iba a morirse en ese país. Había planeado viajar a Mozambique para apoyar el proceso de liberación que comenzaba a consolidarse. Los expatriados seguían militando en el exilio parisino y mantenían una relación muy activa con el Comité Latinoamericano de la Lucha de los Pueblos. "Todos los jueves, sistemáticamente, íbamos a escrachar la embajada argentina en París", asegura la epidemióloga.


Pero su destino estaba en Latinoamérica. El Consejo Mundial de Iglesias había lanzado una convocatoria para voluntarios que quisieran viajar a Nicaragua. La defensa demandaba la inmediata presencia de combatientes: "Los que nos quedamos pagamos los pasajes de los compañeros que ingresaban por Costa Rica para pelear en el frente sur nicaragüense". Luego llegaron médicos, periodistas (que crearon la Agencia Nueva Nicaragua), artistas plásticos y músicos. Cientos de militantes en el exilio viajaron a apoyar la incipiente revolución.


LA CANCION URGENTE


El avión de Felisa aterrizó en Managua el 11 de noviembre de 1979. Al pasar por la aduana le dijeron: “Bienvenida compañera, gracias, hermana, por venir a aportar”. Al igual que lo hizo en Argentina, donde trabajó en los Esteros del Iberá, se encaminó al norte nicaragüense para ofrecerse como médica rural. Con el traslado de agua potable a los barrios, la puesta en marcha de planes de vacunación y la capacitación de parteras para mejorar las condiciones de salud en los nacimientos, la revolución logró que la mortalidad infantil descendiera de 120 por mil a 30 por mil. El analfabetismo trepaba al 52 por ciento, pero a partir de la Cruzada Nacional de Alfabetización dirigida por el jesuita Fernando Cardenal, en la cual participaron 90 mil jóvenes, descendió al 12 por ciento en seis meses.


Entonces, la contra nicaragüense dirigió sus ataques hacia maestros, agentes de salud y técnicos de la reforma agraria. El parasitólogo francés Jean Pierre Grosjean fue asesinado en Rancho Grande durante una investigación sobre leishmaniasis. “Fuimos a un poblado que aparentemente no iba a ser atacado. Sabíamos que todo el país era peligroso pero nunca pensamos que Pierre iba a tener tal final”, recuerda Felisa. La historia de Benjamin Linder también destaca el valor internacionalista de la revolución.


El ingeniero hidráulico norteamericano, que había tomado un curso de payaso en la Escuela de Circo de Managua, fue convocado a participar en acciones contra el sarampión. Montado sobre su monociclo, Linder recorría las calles disfrazado con una sábana blanca salpicada con merthiolate; la vacunación perdía todo dramatismo mientras los chicos perseguían por el pueblo al “monstruo del sarampión”. Su conquista fue la construcción de una represa en San José de Bocay y El Cuá, pueblo donde vivía la médica correntina. Esa represa daba luz eléctrica a los pueblos de montaña. El 28 de abril de 1987 fue asesinado junto a Sergio Hernández y Pablo Rosales en una emboscada organizada por la contra. Linder tenía 27 años.


Una noche de verano, mientras Felisa dormía junto a su familia, la contra rodeó San José de Bocay y El Cuá con la intención de destruir la represa. La mujer y su compañero se pusieron el uniforme sandinista en la oscuridad, despertaron a su hijo de ocho años y lo llevaron a una casa de seguridad. Despidió a Enrique con un beso y se fueron a la colina que les tocaba defender. Angustiada por la incertidumbre de no saber si volvería a verlo con vida, se abrazó a la tranquilidad de saber que había dejado a su hijo en aquella casa. Sabía que si la mataban o era capturada en el combate, su hijo no quedaría desamparado porque estaba en manos de la revolución. "En ese momento te sentís acuerpada por todo un pueblo, sos capaz de continuar porque otros también siguen adelante, no estás luchando solo", resalta.


A pesar del doloroso balance que dejó la Revolución Sandinista, la epidemióloga rescata su experiencia en Nicaragua. "Es imposible dimensionar lo que significa vivir una revolución: es crear todo el tiempo, innovar”, afirma. Además de su tarea como epidemiología, participó del Movimiento de Mujeres Luisa Amanda Espinoza, fue miliciana y fotógrafa en la zona de guerra. "Tenía muy claro que debía dar testimonio de las injusticias y difundir lo que se estaba viviendo", sostiene. Con el argumento de que no tenían recuerdos en vida, los deudos del tendal de muertos que dejaron las incursiones de la contra le pidieron que tomara fotos de sus familiares muertos.


La médica correntina destaca que, a partir de la gesta nicaragüense, el pueblo comprendió que se podía llevar adelante una revolución y obtener conquistas como la reforma agraria, salud y educación para todos y el armado de una constitución más participativa. Por último, traza un puente entre la Revolución Sandinista y el actual contexto regional. “Ni por asomo ibas a pensar en este presente, con un continente sembrado de dictaduras, pero ahora se están cumpliendo un montón de sueños. Hablamos de gobiernos progresistas y dos mujeres presidentas”, señala. Tiempo atrás, un grupo de jóvenes le prometió que en diez años harían la revolución. Ella redobló la apuesta: “Me voy a cuidar para vivir veinte años más y verlo con mis propios ojos”.


En 2009 viajó a Nicaragua para celebrar el 30º Aniversario de la Revolución Sandinista. Y en mayo regresará nuevamente para asistir al 25º aniversario del asesinato de Ambrosio Mogorrón y entregar 1500 fotografías y 700 diapositivas al Centro de Estudios Sandinista. Luego volará a México, donde tiene pensado reunirse con movimientos sociales. En Guajaca le prometieron llevarla con los zapatitas. “Ahí pegaría la vuelta para quedarme con mis nietos”, agrega con una sonrisa pícara. Con 73 años recién cumplidos, Felisa sigue militando con la misma pasión que la llevó a Nicaragua.