La historiadora Irma Antognazzi y la médica María Felisa Lemos reconstruyeron los primeros diez años tras el derrocamiento de Somoza. Registraron en un libro sus experiencias, la fase inicial del sandinismo y la irrupción de los “contra”, alentados por el poder desplazado y EE.UU.
María Felisa Lemos llegó a Nicaragua desde París, donde estaba exiliada, poco después del derrocamiento de Anastasio Somoza, en julio de 1979, por parte del Frente Sandinista de Liberación Nacional. Su inmediato lugar de residencia fue una zona rural próxima a la frontera con Honduras donde desarrolló actividades como sanitarista. Ella permaneció en Nicaragua hasta 1991.
“En 1979 cuando llegué a Nicaragua, los datos demográficos oficiales eran 120 por 1.000 de mortalidad infantil, aunque en la zona norte la mortalidad infantil seguramente alcanzaba 200 por 1.000. La tasa de analfabetismo promedio del país era de 52% pero en la zona de la montaña alcanzaba el 80 y 90%. Para 700.000 personas había sólo 7 centros de salud en la región de Matagalpa/Jinotega y dos hospitales, el de Matagalpa y el de Jinotega, ubicados en las ciudades, cuando la mayoría de la población estaba en el campo. Estos centros de salud atendían de mañana a los indigentes y de tarde a la gente que podía pagar; en los hospitales había salas comunes para indigentes, cuartos de cuatro camas para los del seguro social que eran muy pocos, y piezas con una cama para los privados. En la montaña no existía ni salud, ni escuela, ni caminos, ni siquiera de tierra...”.
El relato fue transcripto luego de interminables horas de diálogo en Rosario, donde vive ahora Felisa Lemos. “Fue en la cocina de esa casa donde ‘cocinamos’ el libro” con la historiadora Irma Antognazzi. Se trataba de buscar recursos para “enriquecer la lectura, no hacer un libro cerrado sino por el contrario, abierto para que refleje el proceso del pueblo nicaragüense”, dijo
El libro, titulado “Nicaragua, el ojo del huracán revolucionario”, fue presentado en la Biblioteca Central de la Universidad del Comahue en octubre pasado. Además de las autoras, hablaron del trabajo Carlos Falaschi y Fernando Casullo, quienes señalaron el vacío existente, en materia bibliográfica, sobre la revolución sandinista.
El texto fue editado por Nuestra América y contiene un disco compacto con una selección de las fotografías tomadas por Lemos durante ese período de revolución y guerra y canciones de los hermanos Mejía Godoy.
Falaschi, que también residió en Nicaragua en esa época y colaboró en la institucionalización de la revolución con aportes a la reforma del sistema judicial luego de la huida de Somoza del país, recordó las negociaciones encaradas con las empresas expropiadas; con las etnias aborígenes de la zona atlántica y luego la guerra no declarada de los Estados Unidos al naciente estado sandinista.
Antognazzi recordó que, en Nicaragua, “la historia está ahí puesta”, en los edificios, en las calles, en los campos.
La catedral permanece desmoronada desde el terremoto de 1972, hay barrios enteros de Managua y otras ciudades con casas bombardeadas por los aviones de los “contras”. Y, lo más curioso, es que cuando el sandinismo fue finalmente desplazado electoralmente por Violeta Chamorro “se cubrieron todos los murales de solidaridad que, con el título ‘El sueño de Simón Bolívar’, habían pintado artistas plásticos de todo el mundo en homenaje a la revolución”.
Felisa Lemos comenzó a trabajar en el plan de salud: “Se crearon centros de salud, precarios, y escuelas también precarias. Cuando digo ‘precarios’ quiero decir en relación con los recursos disponibles. Se hacía lo mejor que se podía, con el material que había en la zona porque imaginate, era imposible llevar un camión de materiales de construcción por esos caminos de montaña, que mientras subían una cuesta, por ejemplo, debían ir muy despacio por la carga y la subida, lo que aumentaba el peligro de una emboscada...
“Además allá no había hierros para la construcción, no había aserraderos, las maderas se cortaban con hachas o con machetes... Se preparaban con el material que se les entregaba adecuado a cada actividad y estudiaban las cartillas que les proveíamos. Se utilizaba sobre todo la fuerza de la comunidad porque el área de salud no tenía tantos recursos humanos, además porque en la nueva sociedad la concepción era que la comunidad debía participar en la gestión de salud...
“Brigadista popular de salud podía ser cualquiera, desde los 12 a los 100 años, pero sólo era aceptado si había sido elegido por su comunidad...
“Al principio era todo un orgullo ser Brigadista de Salud y quienes lo eran se mostraban como tales, pero a partir de 1981, cuando empezó la contra a asesinarlos, debieron buscar estrategias para efectuar su trabajo y al mismo tiempo pasar desapercibidos para no ser masacrados. Ninguno desertó ni dejó de cumplir el compromiso contraído, sólo que se cuidaban más. A veces debían andar armados. La muerte de un brigadista era un dolor para todos nosotros, además para su familia y para toda la comunidad”.
Felisa Lemos iba al trabajo con su cámara fotográfica al hombro. Quedaron en un baúl y, al comenzar el trabajo sobre el libro Lemos y Antognazzi se asomaron al material y así reconstruyeron con más recursos esos años “en la zona de guerra pegada a Honduras; una zona de guerra diaria que sin embargo no impedía el baile y el canto”.
Y continúa el relato: “Cuando nosotros llegamos a Nicaragua las leyes fundamentales ya se habían dictado. Se había decretado la nacionalización de la banca, la expropiación de las tierras, las famosas tierras de Somoza y de esos innumerables parientes, amigos y allegados que constituían más o menos el 60% de las tierras del país. El Instituto de Reforma Agraria trata de dividir las tierras según su producción.
“Se empieza a llevar a cabo la Reforma Agraria que adjudica un lote para cada familia trabajadora con títulos de posesión en todo el país y en algunos lugares clave.
“Donde dividir la tierra y toda la producción hubiera sido una locura, se crea el Area de Propiedad del Pueblo, como por ejemplo los grandes complejos cafetaleros y azucareros... En 1990, antes de regresar a la Argentina, ya supe de reclamos por la devolución de tierras de antiguos propietarios somocistas a quienes el gobierno revolucionario se las había confiscado. Pero se crearon otros conflictos entre las medidas del nuevo gobierno y los agricultores que habían accedido a la propiedad y la habían trabajado durante 12 años. La defendieron con el fusil al hombro”.
El relato, concluyó, “no es maniqueo, aunque tampoco objetivo: se trata de un libro comprometido con doce años de revolución, que es como un siglo en la historia humana”.
Argentinos en la revolución
“Apenas pasado el triunfo (sobre Somoza) empezaron a llegar a Nicaragua argentinos exiliados en distintas partes del mundo, particularmente en Europa. Todos iban a colaborar y se quedaron muchos años participando de la construcción de la Nueva Nicaragua. De todos los argentinos, muchos de ellos muy queridos por mí y que aún viven en Nicaragua, quiero tomar la figura de Miguel Ramondetti. Con Miguel nos conocimos allá en el año 62 en la capilla ‘Encarnación del Señor’ en la época del diálogo entre católicos y marxistas.
“Yo recuerdo que iba a visitar a Miguel y a su inseparable compañera María Ester y, con toda la soberbia de una joven del Partido Comunista, que no sabía que habían pasado los cambios de Medellín, hacía preguntas que debían tener mucho de insolentes, y Miguel las contestaba con la seguridad del que tiene muy claras las cosas. Miguel era un sacerdote recibido en la Universidad Gregoriana de Roma. Fue toda su vida un cura obrero. Fue un amigo en quien pude confiar y preguntar cada vez que me sentía perdida o confundida políticamente. Cuando era médica de los esteros del Iberá y Miguel y María Ester vivían en Goya, a 300 kilómetros, los visitaba una vez al mes por lo menos... Nos volvimos a encontrar en París, en el exilio, luego en Nicaragua...
“Hubo muchos argentinos que se quedaron varios años y algunos se radicaron allá: maestros, médicos, periodistas, abogados, psicólogos, veterinarios, curas arquitectos, compañeros que estuvieron en las Fuerzas Armadas Sandinistas, dibujantes, agrónomos...”.
(Miguel Ramondetti fue uno de los fundadores del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo a finales de la década de 1960. Luego constituyó el Movimiento de Cristianos por el Socialismo y adhirió al Frente Antiimperialista por el Socialismo, FAS. Murió en Villa Bosch, Buenos Aires, en 2004).
(*) Extraído del libro “Nicaragua, el ojo del huracán revolucionario”, págs. 102 y 103).
Otros argentinos, entrenando a la “contra”
“Antes del triunfo de julio del 79, la dictadura militar (argentina) ya había enviado ayuda a Somoza y luego siguió enviando ‘asesores’ para la ‘contra’... También encontré el dato de que la República Argentina envió dos aviones de la Fuerza Aérea para evacuar a un grupo de argentinos y de otras nacionalidades que vivían en aquel país y que habían recibido asilo en la embajada argentina.
“‘En total 90 personas partieron entre el 5 de junio y el 2 de julio’ (de 1979)... ‘Llegó a haber 160 personas asiladas en la embajada argentina, pero se estabilizó en 60, todos miembros de la ex Guardia Nacional de Nicaragua y/o familiares’. Mientras varios países ya habían roto relaciones con el régimen de Somoza, la Argentina no lo hizo y recién en junio de 1979 adhirió a la resolución de la OEA de condena al régimen somocista.
“–Te puedo decir que en una oportunidad fotografié un diploma que le habían dado a un contra en la Escuela Superior de Guerra de Argentina...
“–¿Estás segura de que era un diploma de Argentina?
“–Recuerdo que encontramos una foto de un contra que muy orgulloso muestra su diploma de ‘comando’. Sería un documento muy elocuente para corroborar la injerencia de los militares argentinos y dónde daban la formación militar. Hay testimonios de ex contras y de militares argentinos que han referido que también trajeron acá a Argentina a militares de la contra para hacerles cursos en contrainsurgencia.
“–Sí, casi me muero cuando vi eso, de un ataque. Hay varias fotos que todavía no encontramos. Hay una foto de una mina Claymore, que lograron sacar los ‘compas’ sin que explotara y la mostraban. Era una mina que habían puesto los contras para hacer volar un camión con soldados que por suerte se desactivó antes. El Centro de Salud estaba al lado del cuartel y entonces a la noche qué podíamos hacer, charlar, y ellos me decían vení, mirá. Entonces, eso del diploma de la Escuela Superior de Guerra de Argentina lo vi en una de esas oportunidades... Yo los vi en el 86, 87, pero no me acuerdo la fecha en que había sido otorgado”.
(Extraído del libro “Nicaragua, el ojo del huracán revolucionario”, págs. 118 y 119).